Permanece un rato sentada, como esperando un amor que nunca llegó, siempre en silencio. Luego, se acomoda el vestido de turno y emprende su camino de retirada hacia al oeste, saliendo del parque.
No sé porqué, cuando a veces, tímidamente, me aproximo a observarla, de lejos, algunas tardes, hay algo de poesía en sus ojos. Es más, me atrevería a decir que hay algo de poesía en su accionar cotidiano.
Dios sabe bien el porqué, tal vez de las razones del mismo.
Buenos Aires, esa ingrata, tal vez la recordaría, o tal vez no. No lo sabemos.
Lo cierto es que aquella dama permanecerá en el recuerdo de la que alguna vez la asustaron.
Carlos
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