miércoles, 7 de octubre de 2009

La dama del atardecer


Ella vuelve siempre sobre sus pasos, aproximadamente a la misma hora todas las tardes. Con su típico sombrero blanco huele las flores de la primavera, o lamenta la caída de las hojas de los árboles en otoño.
Permanece un rato sentada, como esperando un amor que nunca llegó, siempre en silencio. Luego, se acomoda el vestido de turno y emprende su camino de retirada hacia al oeste, saliendo del parque.
No sé porqué, cuando a veces, tímidamente, me aproximo a observarla, de lejos, algunas tardes, hay algo de poesía en sus ojos. Es más, me atrevería a decir que hay algo de poesía en su accionar cotidiano.
Dios sabe bien el porqué, tal vez de las razones del mismo.
Buenos Aires, esa ingrata, tal vez la recordaría, o tal vez no. No lo sabemos.
Lo cierto es que aquella dama permanecerá en el recuerdo de la que alguna vez la asustaron.


Carlos

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