martes, 27 de octubre de 2009

El encierro es lo que mata


La ventana de mi cuarto da al jardín. Desde ella puedo ver cómo se va escapando el verano, veo también las hojas del otoño, que ya empezaron a caer. Me gusta el otoño, me gusta pisar las hojas secas y escuchar el ruido que hacen cuando las estrujo contra el pasto. La doctora dice que es bueno que haga eso, que me sirve de descarga cuando estoy muy tenso. Apenas me nota un poco nervioso me dice: “José, anda a pisar las hojas que te hace bien”, y yo voy, y las piso todas. Pero a veces no alcanza con eso para calmarme, y no siempre es otoño.
Las paredes de mi habitación son celestes y feas, muy feas y son la prueba fiel de mis ataques de ira, tienen machucones por todos lados. Les empiezo a pegar miles de trompadas, unas atrás de otras, así me quedan los nudillos después, morados, ensangrentados, deformes de tantos golpes. La doctora me reta por eso, pero en ese momento de furia no la puedo escuchar y me tiene que dar una pastilla de las azules para que me calme, las rojas me las da para dormir.

El primer ataque de nervios lo tuve hace cinco años atrás. Un hombre le estaba pegando a mi vieja frente a mis ojos y yo no podía hacer nada para evitarlo. El segundo cachetazo que le dio fue lo que me alteró por completo. Está bien, es cierto, mi vieja lo había engañado y no sólo eso, además había intentado matar a una de sus hermanas. Lo reconozco, mi madre se merecía más que un buen cachetazo, pero no lo pude soportar. Sentí cada uno de esos golpes cómo si me los estuvieran dando a mí.
El tipo este ya le había pegado un par de veces, pero ésta ya no se la podía dejar pasar, me agarró miedo, muchísimo miedo, miedo por mi vieja, miedo de que la mate y yo me quede solo. No lo pensé un segundo, enseguida fui a buscar el arma que mi vieja tenía en el cajón y fui directo a matarlo. Le pegué dos tiros, uno por cada cachetazo.
Nunca voy a olvidar la cara de horror de mi mamá, me gritaba: ¿pendejo, que hiciste?!!. Y yo, más espantado que ella, pensaba: no me preguntes que hice, te quise defender vieja, lo hice por vos!, quería gritarle: “lo maté porque estoy harto de que te joda la vida!”, pero no me salían las palabras, estaba demasiado nervioso. Fue todo muy rápido, cayeron dos tipos de seguridad que me metieron en un auto mientras gritaban: “quién mierda dejo pasar a este loco aca”!!
El juez dijo que yo era inimputable, decidió que lo mejor era internarme, y acá estoy, cinco años después.

Mi vieja viene cada tanto a verme y cada vez que lo hace se le llenan los ojos de lágrimas al ver la marca de los golpes en la pared. Aunque pidió que yo no tenga en el cuarto la caja esa donde ella se mete, la pieza de al lado si la tiene y puedo distinguir perfectamente bien los gritos o el llanto de mi mamá y enseguida me vuelvo loco y empiezo a repartir golpes por toda la habitación y a romper todo lo que está a mi alcance.
Es que mi vieja, a pesar de lo que pasó se sigue metiendo dentro de ese cuadrado y sigue permitiendo que le peguen, que la maltraten, que la hagan sufrir, que le mientan, que la engañen.
Yo no entiendo como puede soportar esa vida, yo no pude hacerlo, y estar encerrado acá es el precio que pago por ello.


Laura S.

1 comentario:

  1. Hola, de donde es la imagen con la que ilustras? pareciera que la imagen fue hecha con 2 imagenes distintas, y algo de photoshop. Una de las fotos con la que pareciera que se armo la imagen es de una escena de la pelicula Hombre Mirando al Sudeste, de Eliseo Subiela.

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