Pero apenas le dedicaban una mirada lejana, más preocupada por sus relojes o el horario del tren. Él se había acomodado en un costado del terraplén, con varios diarios apilados, que en las noches frías le servían de abrigo; vestía desde hace varios años ese uniforme gris como tenía ahora su larga barba y cabellera.
Nadie sabía que se llamaba Matías, que había tenido problemas laborales hace ya muchos años y sus mejores amigos le dieron la espalda. Que era un excelente contador de chistes. Chistes que aún recitaba en voz alta y aquellos que estaban más cerca no podían evitar que sonrisa se dibujase en sus labios antes de subir al tren y sumergirse en sus obligaciones…
José
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