sábado, 3 de abril de 2010

La Cátedra


Se reunían de lunes a viernes, en bares que estaban abiertos toda la noche, amanecían en ellos, fumaban mucho, tomaban litros de café y bebidas blancas.
El primer día de la semana lo dedicaban a analizar las jornadas del fin de semana.
Formaban mesas de seis, ocho a diez integrantes. Se podían renovar, o salir, y luego regresar.
Eran todos mayores de 50 años, cuanto más viejos, más respetados eran dentro del grupo. Eran una secta de conocedores del turf, a quiénes despectivamente el resto de la sociedad los llamaba “carreristas”.
Sus propias familias los apodaban así, pues pensaban que estaban enfermos por el juego.
Los habitúes de las carreras de caballos los llamaban con gran respeto: “La Cátedra”.
Para ser parte de este grupo era necesario haber comenzado de jóvenes a concurrir a las reuniones. Conocer de memoria todo el historial hípico. Actuaciones de cada caballo, dónde rendían mejor, si podían saltar de categoría, quiénes eran los cuidadores, jockeys y propietarios.
Podían contar el desarrollo de una carrera como si fuese una película.
Su aspecto era semidesprolijo, gastado por el transcurso de los tiempos: trajes, camisas, corbatas y en invierno sobretodos.
En las reuniones colgaban de sus cuellos unos viejos prismáticos con los cuáles podían decir quién punteaba en la lejanía y quien ganaba en el disco de llegada con gran seguridad.
Nosotros, los simples aficionados al turf los admirábamos y los llamábamos “profesores”. Los considerábamos garúes sabios y sus opiniones eran palabras sagradas.
Leían la revista “Palermo Blanca” durante la semana y “Palermo Rosa” los fines de semana. La enrollaban, releían y volvían a guardarla en el bolsillo de su sobretodo. Era la Biblia.
Un día no se los vio más. Los escalones de la tribuna popular de Palermo estaba desolados, vacíos, la poca gente vestía ropas modernas.
La tecnología los mató sin piedad. Los monitores reproducían para adelante y para atrás todos los desarrollos de cada corrida.
Las agencias de carrera brindan aire acondicionado, tragos y plasmas.
No se necesita ir a ningún hipódromo. Están en casi todos los barrios.
“La Cátedra” los mira desde el pasado, con soberana altanería. Eran los sabios, su sabiduría se fue con ellos.

Daniel

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