martes, 11 de mayo de 2010

Entre casualidades y paradojas


Hay detalles cotidianos, comunes, casi casuales que se encargan de mostrar las fisuras en las representaciones que se sostienen como absolutas. Es el quiebre de ese maquillaje tan cotidiano que es la universalidad. Situaciones que se presentan como paradojas, solamente cuando se piensan se reproducen y objetivan desde una falsa centralidad.
Hay algo que se inserta como punto de fuga cuando se ven chicos con hambre por un lado y por otro una tabla bíblica sobre los derechos del niño; cuando se escriben leyes sobre salud mental, vínculos e integración y se ve abandono; cuando se cita todo el tiempo a una comunidad y, en realidad, estamos cada vez más solos.
Es lo que pasa cuando se piensa todo el tiempo, y las manos que escriben no son las mismas que las que tocan a diario la textura irregular donde las cosas pasan. Cuando se construyen instituciones enormes para garantizar un derecho universal que cada vez está más lejos de todos.
Son categorías que se desentienden de los bordes y se asientan en tierra de nadie. Donde el lema de “para todos” aplasta esos pequeños espacios de producción, proponiendo una única manera de hacer las cosas, donde la buena es la única y las malas son las demás.
Es también, el mismo efecto que produce la opinión o la crítica que apunta hacia un vacío. A suprimir la potencia de creación que genera incesantemente la diversidad y lo múltiple.
Esas fisuras, esas falsas paradojas (como la ambulancia estrellada produciendo muerte y no salvando vidas); no tienen que remendarse o calificarse de insólitas. Es en ellas donde pueden comenzar a minarse esos muros de ceguera nunca inocente y de hacer con los restos toda una continuidad de senderos que no sólo se bifurquen, sino que se crucen, se comuniquen, corran en paralelo o cualquier cosa menos proponerse como la salida única frente a todos los problemas de la vida.

Juan Pablo, estudiante de psicologia (UBA)

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